Camila Igor

Mujeres que inspiran • Camila Igor, rugbista: “Nunca tuve la aprehensión del rugby como un deporte agresivo. Ya cuando jugaba fútbol iba con mucha fuerza, así que el rugby era lo mío”

El rugby es, posiblemente, uno de los deportes de contacto más fuertes que pueden practicarse. Cuando hablamos de esta disciplina, pensamos en velocidad y fuerza pero, sobre todo, en jugadores hombres con físicos imponentes, que se enfrentan sin temor al choque. ¿Tienen cabida las mujeres en un deporte cómo este? Tradicionalmente, la respuesta sería que no. 

El rugby, en sus orígenes hace más de dos siglos, fue un deporte exclusivamente reservado para ellos. Pero, tal como se ha expandido por el mundo —es originario del Reino Unido y hoy practicado como deporte nacional en países tan lejanos como Madagascar— ha ampliado sus horizontes en muchos sentidos. Quizás el hito más importante es que logró romper la barrera del género y, en la década de los 90, se consagró como un deporte que admitía equipos femeninos en la primera Copa Mundial de Rugby femenina, que se realizó en Gales.

Camila Igor (24) aún no nacía cuando se celebró este primer campeonato mundial femenino, y pasarían muchos años antes de que el rugby pasara a ser la pasión de su vida. Terapeuta Ocupacional de profesión y seleccionada nacional de Las Cóndores -equipo chileno de rugby femenino-, Camila inició su carrera deportiva en una disciplina mucho más tradicional en nuestro país: el fútbol. “Una de mis compañeras de fútbol empezó a subir videos a sus redes sociales entrenando rugby y pensé: ‘yo también quiero probar’”, recuerda.

Fue así como, a los 20 años, participó en su primer entrenamiento de rugby. “Me acuerdo que mi amiga ese día no llegó y terminé yendo sola”, comenta. Pero, ni el ser la alumna nueva ni las nociones preconcebidas que suelen asociar al rugby con un deporte lleno de agresión, la intimidaron. “Nunca tuve la aprehensión del rugby como un deporte agresivo. Ya cuando jugaba fútbol iba con mucha fuerza, así que el rugby era lo mío”, cuenta. Camila recuerda que como ya tenía habilidades físicas gracias a sus años como jugadora de fútbol, desde la primera vez que tuvo un balón de rugby en las manos, sus compañeras notaron que tenía un talento especial. “Me acuerdo que me dijeron que tenía habilidades y que incluso podría llegar a la selección nacional”. Con esa idea en mente, empezó a entrenar con mucha más motivación y un objetivo claro: “Me creí tanto el cuento, que empecé a trabajar con el foco en la selección”.

De esos primeros entrenamientos en la costanera en Puerto Montt —el club del que pasó a ser parte no tenía un lugar oficial de entrenamiento— hasta hoy, Camila ha recorrido un tremendo camino en poco tiempo. Y no ha estado exento de dificultades. “La segunda vez que postulé a la selección de la Asociación Nacional de Rugby del Sur quedé fuera por falta de experiencia”, cuenta. Ese rechazo encendió una chispa en ella. “Me dolió tanto, que me propuse el objetivo de ser la mejor. Empecé a entrenar el doble, a ir al gimnasio en las mañanas y en las tardes, a salir a correr, además de los entrenamientos”. El esfuerzo dio frutos. En menos de 3 años, Camila pasó de ser una novata a haber jugado en la selección nacional de Rugby Femenino durante el último Challenger Series, en el que compitieron más de 10 países, y ha representado a Chile como seleccionada en los ODESUR en Paraguay 2022.

Para este 2023, Camila espera volver a ser seleccionada para participar, junto a Las Cóndores, en las clasificatorias a los Juegos Olímpicos y en los Panamericanos, que se celebran en nuestro país en octubre. “Quiero estar en el proceso, así que me vine de Puerto Montt a Santiago con el objetivo de perseguir ese sueño y ser seleccionada en Chile por los próximos años”, explica. La deportista agrega que prácticamente toda la infraestructura administrativa de la disciplina se encuentra en Santiago. Por esto, jugar a nivel de alto rendimiento desde regiones es casi imposible. 

Pero, además de la centralización, el rugby femenino enfrenta otra gran barrera: los prejuicios que lo asocian a un juego violento y peligroso que, por muchos años, lo mantuvo como una puerta vetada para mujeres. “La gente lo ve como agresivo porque nos tackleamos, pero es un movimiento completamente técnico”, aclara Camila. Una de las cosas que más la enamoró, de hecho, son los valores que lo inspiran y que se aplican dentro y fuera de la cancha. “Tenemos los DRIPS; que son disciplina, integridad, respeto, solidaridad y pasión. Regirnos por estos principios nos diferencia de muchos otros deportes”, dice.

Si bien durante los entrenamientos y los partidos oficiales las jugadoras se enfrentan con todo en la cancha, Camila explica que eso siempre queda en la cancha. “Todo lo que pasa, ahí se queda. Y al final, todas felices y abrazos”, comenta. Como se trata de un deporte que cada año toma más fuerza, pero que aún en nuestro país es poco masivo, generalmente a Camila le toca jugar con sus compañeras en contra, por lo que la dinámica después del término del tiempo de juego es de volver a ser tan amigas como siempre.