Josefina de Undurraga, la trascendencia del amor  

Josefina de Undurraga, la trascendencia del amor  


 

En septiembre de 2010, Josefina de Undurraga (40) estaba viviendo una verdadera luna de miel con Martín, su marido. Ambos recién casados, se habían ido a Inglaterra, porque él había comenzado a estudiar un magíster de Desarrollo Sustentable en la Universidad de Cambrigde. Sin embargo, ese momento idílico se acabó de manera abrupta cuando ella, con sólo 27 años, sintió un bulto en uno de sus senos y después de algunos exámenes, fue detectada con cáncer de mama. 

 

En ese minuto, ambos tomaron la decisión de volver a Chile. Josefina quería estar cerca de su familia y amigos, y su marido tenía que enfrentar además otra enfermedad: el cáncer de piel de su padre. "Con mi suegro teníamos el mismo oncólogo, entonces nos citaban a la quimioterapia juntos y nos hospitalizaban en piezas contiguas. Era tragicómico, porque mi marido se pasaba de un lado a otro, viéndonos a los dos, mientras en paralelo terminaba su tesis en la sala de espera de la clínica". 

Sin embargo, mientras ella mejoraba, su suegro se iba poniendo cada vez peor hasta que, finalmente, murió. Ahí fue cuando el peso de la enfermedad le cayó encima. "Esa muerte me pegó psicológicamente. Después de 7 meses de estar en tratamiento con quimioterapia, me empecé a sentir muy angustiada de manera constante. Antes no lo sentía tanto, pero esto me interpeló y lo empecé a pasar mal también al ver que mi marido estaba afectado", cuenta. 

Luego de su tratamiento por quimioterapia y radioterapia, Josefina se tuvo que someter a 12 cirugías en 6 años. Primero, se hizo una mastectomía, donde le dejaron un expansor de tejido mamario, un dispositivo que se implanta de forma temporal para dejar espacio para los implantes. Sin embargo, su cuerpo lo rechazó y eso la obligó a estar sin una de sus mamas durante dos años. 

"Ahora miro para atrás y digo cómo pasé por eso, pero en el minuto no me deprimí por no tener pechugas o pelo, porque estaba lidiando con cosas más sustanciales. Era como ojalá no me vuelva el cáncer, no me quiero morir, estoy preocupada por mi suegro y marido. En mi cabeza, la apariencia perdió prioridad", manifiesta. 

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, su reconstrucción se volvía una tarea cada vez más compleja. No solo había quedado con poca piel tras la primera cirugía, sino que la que tenía, había pasado por el proceso de radioterapia, que la deja en un estado de mayor sensibilidad. "Era difícil hacer algo con esa piel. Además yo era muy flaca, entonces no había grasa para poder sacar. Finalmente, se logró, pero fue largo. Contrario a lo que todo el mundo piensa, yo iba feliz a operarme, porque sabía que los resultados iban a ser mejores que lo que tenía", cuenta. “La cirugía más emocionante fue cuando me lograron poner la pechuga. Aunque no había pezón ni nada en ese momento, el verme el escote con algo ahí fue satisfactorio", confiesa. 

Dada de alta hace 2 años, Josefina reflexiona que uno de sus grandes aprendizajes con la enfermedad fue darle importancia a las cosas que realmente valen la pena. "A veces uno se amarga con tonteras y cuando te pasan estas cosas dices cómo tan idiota. Uno se puede morir. Entonces, el tema físico o de apariencia, pasa a un segundo o tercer plano”, dice. “En mi caso, creo que el amor superó cualquier tema físico. Trascendió a eso y se fortaleció porque, aunque me sentía fea, Martín me ayudó en el proceso de aceptación. Jugó un rol fundamental en hacerme sentir bonita, a pesar de cómo me veía. Fue muy lindo contar con él y sentirlo cerca durante la enfermedad”.