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Regalos en Navidad: cómo abordar las fiestas con los niños sin convertirlas en una permanente necesidad por más


 

A medida que se acerca la temporada festiva, el aire se llena de anticipación, de expectativas y de esa alegría especial que nos trae la Navidad. Sin embargo, detrás de las luces de colores, las decoraciones navideñas, la nieve simulada en las vitrinas y las figuras del Viejo Pascuero que empiezan a asomarse por todos lados, hay una preocupación creciente en muchos padres y madres: el impacto del consumo y el gasto excesivo en los niños durante la Navidad.

Paula Cohen, psicóloga infanto juvenil especializada en terapia psicoanalítica para niños y jóvenes, y Magíster en Psicología de la Adolescencia, posee una amplia experiencia clínica en diagnóstico y psicoterapia con niños y adolescentes, abordando también casos que involucran la intervención con los padres. Según la especialista, la actualidad se caracteriza por una infancia más orientada al consumo que las generaciones anteriores. Sin embargo, destaca que esto no implica automáticamente que el pasado fuera mejor. Cohen enfatiza la capacidad de los padres para ayudar a sus hijos a reinterpretar las festividades de fin de año y establecer, desde la primera infancia, una relación saludable con lo material.

En tu experiencia con pacientes, ¿es común que los padres consulten por temas de consumismo y materialismo exacerbado en niños?

Si bien no es tan frecuente que el motivo de consulta inicial tenga relación con el consumismo o materialismo exacerbado, es muy frecuente encontrar desde las primeras sesiones, o al realizar una entrevista más profunda, padres y madres que se quejan de niños extremadamente demandantes. También suelen tener grandes dificultades para poner límites a esas demandas, entonces vemos que muchas familias han establecido relaciones y vínculos basados en componentes materialistas, consumistas y con dificultades para establecer límites.

¿Cómo explicarías las relaciones padre-hijo más materialistas?

Hay una dificultad para priorizar las experiencias y valorar los afectos por sobre lo material. Paralelamente, existe una gran dificultad entre los padres para decir que no. Muchas veces hay culpa por no poder dedicar más tiempo a sus familias y también proyección en los niños de sus propias experiencias de carencia. Como profesional veo a diario conflictos asociados a la falta de conciencia de los niños de los esfuerzos de los padres. Veo también padres que compensan con lo material la falta de tiempo y la dificultad de establecer vínculos sanos. Paulatinamente, estamos cada vez más expuestos a una sociedad donde se valora el éxito material, la inmediatez y lo desechable por sobre lo emocional, lo social y lo espiritual.

En este contexto, ¿te hace sentido la creencia de que los niños de hoy son más consumistas que antes?

Sí, totalmente. Esto se da porque en nuestra sociedad cada vez hay más acceso a bienes materiales; existe mucha más oferta de objetos que son deseables, de marcas y de productos vanguardistas que se convierten en tendencias. Estamos más expuestos a campañas de marketing en los medios de comunicación y en las redes sociales. Los niños de hoy, probablemente, conocen mucho antes que sus padres los productos nuevos del mercado, están mucho más conectados en redes sociales y, dado que están en una etapa formativa, es fácil que empiecen a funcionar bajo la creencia de que la felicidad se da por tener algo que deseamos. Muchas veces la felicidad y el éxito se asocian a metas materiales y eso conlleva a los niños a perseguir objetos que después desechan, porque no les generan el bienestar que ellos imaginaron.

¿Cuál crees que sería la consecuencia más perjudicial del consumismo en niños si no se aborda o ataja a tiempo?

La sensación de carencia material puede conducir a sentimientos de vacío e insatisfacción. La autoestima que se apuntala en lo material es una construcción frágil y sólo aparente. El consumismo suele ocultar inseguridades, falta de sentido, dificultad de integración social, además de la frustración de no tener aquello que pensamos que puede hacernos felices —un celular última generación, la zapatilla de una marca determinada—, y que nos lleva a buscar satisfacción instantánea para atenuar el malestar. De esta manera, se incentiva la búsqueda de experiencias que tapen este vacío,  quedando expuestos a conductas de riesgo porque lo que buscan es una gratificación inmediata sin medir las consecuencias. Nos encontramos con chicos que basan su identidad y su valor en aspectos externos materiales y, por otro lado, a padres que se sienten explotados y perciben falta de agradecimiento. 

¿Cómo pueden los papás redirigir el foco en esta época de fiestas navideñas en sus hijos?

Lo primero que se debe considerar es que la educación debe estar siempre pensada en un continuo. Desde muy pequeños los niños comienzan a demandar a los padres, por lo que se hace indispensable detenerse a hablar de la necesidad de priorizar los deseos. Hacer pensar a los niños si realmente necesitan eso que desean y mostrar que no siempre se puede tener todo lo que los medios nos ofrecen.

En cuanto a cómo los padres pueden enfrentarlo, lo más relevante es tener la claridad de que se está actuando correctamente. Que privar a un niño de un juguete, de ropa o de algo que es prescindible no le va a hacer daño y que puede ser una enseñanza que los va a ayudar a ser más pacientes, agradecidos, respetuosos con su ambiente y a ser empáticos con los padres al entender el esfuerzo que conlleva comprar lo que están pidiendo. Es importante sentarse a hablar del sentido de las fiestas, de los valores familiares, religiosos o de lo que como padres valoramos en relación a las festividades de fin de año. Pero también hay que recordar que en temas asociados a educación de valores, no es factible suscribirse a momentos específicos. La educación valórica debe mantenerse en el tiempo. Como padres y figuras relevantes debemos ser consistentes con lo que decimos y de la manera en la actuamos no solo en Navidad.

¿Cuáles podrían ser buenas respuestas cuando los niños piden enormes listas de regalos y los papás y mamás se ven enfrentados a la disyuntiva de acceder y conceder ese momento de alegría o no?

Una buena respuesta implica la reflexión en conjunto de lo que nuestro hijo está esperando. Adecuar las expectativas también. Buscar en conjunto un regalo que sea posible ser comprado y que sea de utilidad real para un hijo. No hay una respuesta, hay una educación constante que implica destinar tiempo a la conversación, a profundizar en los deseos de los hijos, mostrar los esfuerzos que se hacen y del valor no solo material que un regalo reviste.

Siempre como padres queremos dar a nuestros hijos lo mejor. Y si eso es posible, ¿por qué no hacerlo? La pregunta de fondo es qué es lo mejor para un hijo. Los estudios de felicidad nos muestran que aquello que hace feliz a las personas está más ligado a aspectos emocionales y espirituales. Ayudar a los niños a valorar experiencias de afecto es una tarea que, a largo plazo, tendrá un efecto mucho más potente en la vida de una persona que el recibir un objeto material.

Todos nos ponemos contentos con un regalo, pero ese regalo además está cargado de afecto. Recordamos quién nos lo regaló, evocamos el momento en que lo recibimos. Somos capaces de valorar que la persona que lo obsequió pensó en lo que uno deseaba y de esa manera el objeto pasa a ser secundario a varios componentes afectivos que quedan grabados de manera más profunda en nuestro memoria.

Es importante invitar a los niños a hacer un esfuerzo también por obsequiar con sus medios en las fiestas de fin de año. Mostrar lo que tanto hemos escuchado que a veces es más feliz el que da y no el que recibe. Incentivar a hacer tarjetas de regalo, galletas y dibujos. Aprender que el acto de regalar generosamente produce una sensación de bienestar y satisfacción que es difícil de igualar con algo material.