Sara Herrera: en el cáncer de mama, la intimidad no se olvida 

Sara Herrera: En el cáncer de mama, la intimidad no se olvida 


 

“Por las características de este tumor, lo más probable es que esto sea cáncer. Para que te empieces a hacer la idea”. Sara Herrera (39) tiene escrita esa frase a fuego en su memoria. Era la primera vez que su doctor, luego de ver los resultados de una ecografía mamaria, le ponía nombre a esa dureza extraña que ella se había palpado en su mama derecha en el verano de 2021. Aún no salían los resultados de la biopsia, pero con esas palabras entendió rápidamente que se venía un proceso largo y complejo. En ese momento, eso sí, todo empezó a ser confuso: ella se sentía nublada. 

“No lloré en la consulta, pero recuerdo que cuando salí, mi marido me preguntó cómo me había ido y le dije: mal, probablemente sea cáncer; y desde ahí empecé a asumir”, dice. “Pero en realidad esto de aceptar la enfermedad es un proceso permanente. No para hasta el día de hoy, que ya me encuentro en etapa de remisión. Es fuerte la palabra cáncer porque cuando la escuchas lo primero que en lo que uno piensa es en la muerte, y porque si bien es una enfermedad que le puede dar a todo el mundo, nunca esperas que te de a ti, menos siendo joven. A veces, me acuerdo de todo lo vivido y es como: chuta, verdad que me dio cáncer”.

 

Al enterarse del diagnóstico, Sara quería tener certezas en una enfermedad que no siempre las puede entregar. Quería saber si la iban a operar de inmediato o si tenía que partir primero con otro tipo de tratamiento; pero, para esas respuestas, su doctor necesitaba más exámenes. Hasta que, finalmente, esas aclaraciones llegaron. 

En marzo de 2021, a Sara le hicieron una mastectomía parcial para luego pasar por 15 sesiones de radioterapia. Lo que estaba en duda, era si hacer o no la quimioterapia. Por el tipo de tumor y la edad que tenía Sara, esa decisión debía ser tomada en conjunto por un comité médico. “Deseaba profundamente no tener quimio. Estaba súper dispuesta a la operación y radio, pero a la quimio le tenía miedo por el dolor y por el cambio físico. Porque es lo que uno ve en las películas; es la cara más evidente de la enfermedad”.  

Después de un tiempo, y tras consultar con otros especialistas, a Sara no le quedó más alternativa que someterse a 16 sesiones de quimio, que al principio eran cada 21 días y luego todas las semanas. “Sufrí harto antes de empezar, pero luego hice el ejercicio de aceptar el miedo, porque claramente es normal. Y también traté de ver esto desde el amor, porque sabía que solo así podía tener una sanación completa”, indica. 

Sara sabía que, en su caso, a partir del día 15 de tratamiento se le iba a comenzar a caer el pelo, algo a lo que se había resistido durante todo el proceso. Sin embargo, entendía que era inevitable, así que empezó a cortárselo de a poco hasta que, en un momento, decidió raparse para evitar el dolor -físico y emocional- de esa pérdida. “Me pasó que me aferré mucho a mi pelo. Después de la primera quimio, yo le decía a Rodrigo, mi marido, oye, bien mi pelo, no se me ha caído tanto. Me da risa ahora, pero en realidad es todo un tema el miedo a verse pelada y dejar de lado tu imagen física”. 

La pérdida de pelo corporal -incluida cejas y pestañas- no fue el único cambio que Sara experimentó en su apariencia por la quimioterapia. Además de bajar 10 kilos, sus uñas se debilitaron y su piel se puso de un color más amarillo. Estaba más ojerosa. Con náuseas. “Siempre me he considerado una persona con autoestima fuerte, pero creo que nadie puede ser frío cuando te empiezas a ver así, tan diferente. Me acuerdo que cuando estaba con las quimio iba al baño en la noche media dormida, me miraba al espejo y decía: ¿quién es ella? Y era yo. No me reconocía”. 

Para Sara, este cambio de apariencia -sumado al cansancio físico de los tratamientos-, también comenzó a cambiar su vida sexual junto a su marido. “Es un espacio más íntimo, pero yo le preguntaba: ¿no te influye que no pase nada? Y él me decía que no, porque lo único que quería era que yo estuviera y me sintiera bien. Pero a mí igual me daba lata porque, entre comillas, ‘no lo podía complacer’. Era una culpa muy desde el patriarcado, que es algo que cala profundo entre nosotras. Aparte, empiezan los temores porque escuchas otras historias de mujeres que se separan, porque no pueden tener relaciones sexuales cuando están en quimio. Es fuerte ir enterándose de eso”, confiesa. 

Sara comenta que la comunicación fue la que le permitió ir entablando este tema con su pareja, aceptando también que estaba viviendo en un modo de supervivencia que dejaba poco espacio para pensar en la sexualidad. “Uno empieza a vincularse desde otro lugar, priorizando otras cosas. Ahora entiendo que la sexualidad también es un abrazo, un beso, estar de la mano, acostarse juntos o decirse te amo”, dice. “Hoy en día, estoy tratando de retomar esa área porque, si bien hay cosas que nunca volverán a ser iguales, hay mucho que se puede hacer si uno conversa con su médico. Hay posibilidades de ayuda, por ejemplo, para que la sequedad vaginal -muy común después de estos tratamientos- no haga difícil una relación sexual. Hay que preguntar sin vergüenza, empoderándose como paciente. Cuando uno está enferma la sexualidad pasa a un quinto plano, pero en realidad es parte del vivir bien y la calidad de vida. Y eso no se nos puede olvidar”.